miércoles, septiembre 25, 2024

Nadie extraña a «Johana»

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Una crónica de Roberto Restrepo Ramírez.

El 16 de febrero del año que transcurre,»Johana» regresó al barrio La Cecilia de la ciudad de Armenia. Fatigado(a) por la caminata diaria de regreso, emprendida desde su esquina en el centro de la ciudad. Y se topó con su victimario.

Fue el último día de su existencia, pues murió apuñalado con sevicia. Era un personaje más del paisaje urbano. Sentado de alguna manera en el espacio reducido de la calle esquina que había colonizado, despertaba – la mayoría de veces – los sentimientos de desprecio del ciudadano. No solo rechazaban la suciedad de su indumentaria, sino que su condición transexual incomodaba a muchos.

Tal vez ese lugar tampoco era reconocido por su presencia, en la jornada cotidiana, cuando lo ocupaba después de salir de su vivienda, y atravesaba toda la ciudad. No era ofensivo ni mostraba los más mínimos gestos de agresividad. Se arreglaba sus cabellos rubios y trataba – con sus ademanes – de mimarse en silencio, bajo la mirada fastidiosa de muchos que pasaban a su lado.

Por aquello de la exploración antropológica y escrutadora del trabajo etnográfico (que aprendimos en la universidad), hace unos años lo invité a conversar y tomar algo en la cafetería cercana. No me respondió, aunque caminó conmigo, en medio de algún grado de desconfianza.

No pudimos pasar de la portada de aquella panadería, porque inmediatamente fuimos detenidos por un empleado. No valieron los argumentos, en el sentido de informarles que yo pagaría la cuenta y él era otro comensal más. El rechazo fue el factor generalizado. Solo atiné a invitarlo a sentarnos en una banca callejera de la cuadra, donde nos seguían mirando con desprecio.

No logré el cometido de arrancarle una frase coherente, lo que reflejaba la soledad de su mundo, la que muchos interpretan como la del alienado mental. Ignoran que es la del habitante solitario, que conversa consigo mismo y se solaza y divierte con sus elucubraciones de fantasía.

Al día siguiente de su asesinato, mientras su cuerpo reposaba en la morgue a la espera de su inhumación – y de la que tampoco se conocieron detalles – la esquina de la carrera 17 con calle 20 de la ciudad, tampoco extrañó su ausencia.

Triste historia la del habitante de calle. Su papel fue estigmatizado en vida y – cuando falta – la leyenda de su protagonismo tampoco trasciende. Su descripción, como ser humano, ha quedado de pronto consignada en algún escrito, pero de él o de ella no quedó ni brizna del recuerdo. Ni falta que hace, dirán la mayoría de transeúntes de la urbe de cemento.

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