viernes, noviembre 29, 2024

Recuerdos

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Nada mejor para navegar en los recuerdos que una foto. La gráfica que vemos, por ejemplo, me lleva a los años sesenta cuando en aquella Armenia de la bonanza, se sentía el aroma del café y un hermano mayor salía con su hermanita tomada de la mano, pleno de orgullo y bajo la protección propia del amor fraterno.

Por aquellos años, recuerdo que me gustaba verlo vestido de paño y camisa blanca, porque a mi parecer eso lo investía de la seriedad y responsabilidad que siempre lo caracterizó. Cómo me gustaría encontrar en esta remembranza el nombre del sitio frente al cual pasamos en el momento en que el fotógrafo disparó su cámara; algo me dice que la reja que se ve, puede ser la entrada de un banco o una fábrica pequeña, de las que existían en esos tiempos en nuestra ciudad.

Como podrán apreciar, yo era muy niña, por eso tampoco recuerdo qué calle es la de la foto, pero si tengo en la mente las estructuras de bahareque, las puertas y ventanas de madera que daban entrada a los almacenes y el vestuario que usaban las damas de la época, en su mayoría a la moda, con su vestido sastre de falda debajo de la rodilla y blusa cuyo color contrastaba con el vestido. No puedo dejar de lado, que ellas usaban la infaltable cartera que hacía juego con los zapatos.

En esta segunda fotografía, donde el blanco y negro nos recuerda que el tiempo pasado ya se fue, la que está a cargo de su hermanita menor soy yo. Con escasos diez años y ella de cinco, nos encontramos a la salida de un circo de aquellos que llegan a los pueblos con sus malabaristas, payasos, trapecistas y magos que nos convencían a los niños de que la magia existe. No estoy muy segura, pero me parece que por lo menos en estas ciudades apenas empezaba a usarse el pantalón en las mujeres.

De todas formas, al pantalón, nuestros padres sumaron los zapatos que estaban en boga, de charol y dos colores para llevarnos aquel día a encontrarnos con la intrepidez de los artistas de circo en una carpa armada en cualquier potrero de la vieja Armenia, en cuya entrada las ventas de comida eran parte del paseo. En la sonrisa de las infantes que se ven en la foto, podemos apreciar la felicidad inocente que se quedó, como en la imagen, congelada en aquellos años.

terminar, volvemos a las calles de la “Ciudad Milagro”. Tengo entonces diecisiete años y como cualquier joven a esa edad, luzco las prendas y accesorios que dicta la moda del momento. Pantalón de color claro en lino, con bota campana, frente al cual resalta mi blusa oscura con cuello en V y en mi cuello una gargantilla de pana negra con un camafeo cuyo material no recuerdo. Un dato que me parece curioso para traer a colación es que este mismo accesorio lo usan hoy, cuarenta y cinco años después, las jóvenes con el nombre de Chóker.

Para mencionar, la foto nos trae una pequeña muestra del contraste entre los almacenes de la Armenia de nuestra adolescencia, que se dividían en los “antiguos” de entonces, construidas sus dos plantas, como el de la esquina, en bahareque, con tejas de barro y ventanas de madera y los “nuevos” que llegaban irrumpiendo, construidos en material.

No puedo ignorar de la gráfica, el recuerdo del famoso “amigo fiel”, según pregonaba la propaganda que aludía al Renault 4, por ser económico y práctico para la familia, frente al cual mis pasos quedaron fijados en la foto. Lo mismo puedo decir del vestido de paño, que todavía usaban los hombres, como el que le dio la espalda al fotógrafo en el momento en que congeló aquel instante.

Por último, solo quiero resaltar cómo es que una foto lo lleva a uno a sitios por los que pasó y que ya no existen, pero que se recuerdan aún con los olores, los colores y hasta los sentimientos que se experimentaron en aquel momento. Que Dios bendiga la fotografía.

Tiempo: Haz volado cual cometa por los aires. Haz dejado hilos de tristeza, alegrías, sueños y esperanzas esparcidas entre las nubes, como fotos de un pasado que jamás volverá.

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