En la noche del lunes 18 de diciembre, un poderoso terremoto de magnitud 6,2 sacudió la provincia de Gansu, en el noroeste de China, generando una tragedia con un saldo de 127 personas fallecidas y más de 700 heridos, según informaron las autoridades.
Ante la magnitud de la catástrofe, el gobierno desplegó equipos de rescatistas para colaborar con los esfuerzos de emergencia locales. El presidente Xi Jinping ordenó una amplia operación de rescate, instando a hacer “todos los esfuerzos posibles para llevar a cabo búsqueda y rescate, tratar a los heridos de manera oportuna y minimizar las víctimas”.
Los rescatistas enfrentan desafíos adicionales debido a las adversas condiciones climáticas en la región rural afectada, una de las zonas más empobrecidas de China. Las temperaturas han caído por debajo de los -13°C desde el momento del sismo, complicando aún más la situación.
Gansu, ubicada entre las mesetas tibetana y de Loess, limita con Mongolia. El terremoto afectó principalmente la prefectura autónoma hui de Linxia, una región administrativa del pueblo musulmán hui de China. Posteriormente, se registró un segundo terremoto en la provincia vecina de Xinjiang, aunque aún no hay informes oficiales sobre la magnitud del daño causado.
China, un país devastado por los terremotos
Esta tragedia revive la memoria de eventos sísmicos anteriores en China, como el terremoto de septiembre del año pasado en Sichuan, de magnitud 6,8, que dejó al menos 74 personas fallecidas. La sacudida provocó corrimientos de tierra y afectó edificaciones en Chengdu, la capital provincial, donde 21 millones de residentes se encontraban bajo bloqueo por la COVID-19.
El recuerdo más sombrío se remonta a 2008, cuando un terremoto de magnitud 7,9 golpeó Sichuan, cobrando la vida de casi 90,000 personas. Este desastre desencadenó una extensa campaña de reconstrucción con materiales más resistentes en ciudades, escuelas y comunidades rurales, transformando la región en un esfuerzo por prevenir futuras tragedias similares.