Jesús María Cataño
A propósito del tema, comparto el relato de dos episodios desencadenados por el operativo de acuatizaje del avión: la destitución del alcalde Pedro Farieta y el secuestro-liberación de 4 periodistas por parte del M-19 y después por los militares.
La reacción de enfado y verbalmente violenta del ingeniero Pedro Antonio Farieta Gasca, tras escuchar un informe nacional por RCN en el que anuncié su destitución fulminante como alcalde de Florencia por causa de su aparición en un noticiero de TV, sonriendo, en compañía de varios miembros del M-19 que entregaron detalles sobre el acuatizaje de un avión de la línea Aeropesca en el río Orteguaza, cargado con fusiles. El Intendente del Caquetá por la época, el también ingeniero Ernesto Gómez Charry, me confirmó la decisión oficial que fue ordenada por el presidente Julio César Turbay Ayala.
En el momento del informe, el alcalde no había recibido la notificación respectiva y creyó que se trataba de una especulación de mala fe. Con el paso de los días, el ingeniero Farieta comprendió la dimensión de mi primicia, por encima de las consideraciones de nuestra amistad y poco a poco se produjo el restablecimiento de nuestros nexos que, con el paso de los años y hasta su muerte prematura, mostraron un nudo como el de los perros, que se afloja solamente para producir efectos productivos.
Liberación de Periodistas
El júbilo nacional ostensible, provocado por la liberación de los periodistas César Vallejo y Eduardo Carrillo, y los fotógrafos Jhon Jairo Alzate y Carlos Uribe, quienes fueron retenidos por el M-19, primero, y por el ejército, después, cuando cubrían el citado acuatizaje del avión cargado de armas. De acuerdo con el testimonio de los comunicadores, el grupo armado ilegal los mantuvo en su poder durante 4 días y el grupo armado legal los retuvo varias semanas, sin explicaciones ni justificaciones y, lo más grave, sin admitir públicamente dicha retención arbitraria.
Los comentarios de los liberados sugirieron que el ejército pretendió adelantar una operación macabra, consistente en provocar la muerte de los rehenes y atribuirla a los guerrilleros, como instrumento para desprestigiar al M-19 que había acumulado evidente simpatía, principalmente entre los sectores populares.
Desde el batallón Juanambú, de Florencia, a donde fueron trasladados en medio de absoluto hermetismo y después de permanecer en la base aérea de Tres Esquinas, «Ernesto Cubides», los periodistas me enviaron un mensaje furtivo, escrito con un lápiz de punta escasa en un papelillo de las envolturas internas de los paquetes de cigarrillos. El lápiz diminuto y el papelillo, en el que se lee: «estamos en el batallón Juanambú», se encuentra en poder de Jhon Jairo Alzate, quien lo conserva, enmarcado, como testimonio de su salvación junto, al galardón otorgado como premio de periodismo Simón Bolívar que ganó una foto suya en la que aparece Jairo Capera en momentos en que da muerte a un miembro de las Fuerzas Armadas, tomada, precisamente, durante el accidentado cubrimiento del acuatizaje en el Orteguaza.
El informe sobre su localización y permanencia en el batallón Juanambú, sorprendió a los mandos militares que intentaron en vano, con amenazas incluidas, que este periodista se retractara de esa chiva vital. Don Enrique Santos autorizó la compra de ropa, zapatos, elementos de aseo y los pasajes aéreos para los liberados y para el suscrito. El país lloró de alegría con los periodistas y sus familiares y en el aeropuerto Eldorado nos hicieron un recibimiento de héroes.
En El Tiempo extendieron un tapete rojo, adornado con flores, desde la entrada hasta la oficina de Don Enrique. Esa noche, del mismo modo, me pagaron 5 quincenas que habían transcurrido desde mi vinculación laboral con EL TIEMPO y por primera vez permitieron un «chupe» en la redacción. Sin revelar la fuente de información y con el papelillo en mi mano zurda durante todo el tiempo, me sostuve en la localización de los periodistas y aunque el ministro de defensa desestimó mi chiva salvadora, en RCN y en EL TIEMPO, confiaron en la credibilidad de un periodista de provincia y con sus publicaciones presionaron la liberación de los colegas.
Nunca se aclaró el motivo de esa actitud irregular ni se explicó el engaño a la opinión pública. Los periodistas fueron sometidos a presiones fuertes, intimidaciones y mal trato, y particularmente César Vallejo sufrió traumas severos que perturbaron su conducta posterior. Estas perturbaciones, a la larga, desembocaron con su salida del periódico. La última vez que nos saludamos con César Vallejo fue durante su paso por un periódico en Armenia, cuando estuve vinculado a «La Crónica del Quindío», por allá en los finales de la década de los noventa. Vallejo murió después en su natal Cartago.