En 1953 cuando iba a nacer mi hermano Vicente, mis padres viajaron a Calarcá para recibir el bebé en el Hospital La Misericordia. Como era época de diciembre, exactamente el 22, mi papá hizo las compras de navidad, llegó a la finca y nos entregó a cada uno los regalos de niño Dios. A mí me correspondió un muñeco comercialmente llamado Kiko.
Era gordito, de pasta blanca, sencillo, no movía los ojos ni las extremidades, pero era muy tierno y como niño valoré el regalo que mi mamá me envió.
Esporádicamente el fotógrafo llegaba a las fincas y ésta es la única foto que me recuerda lo que pasó con mi muñeco: Tenía cinco años, me entretenía jugando con él, acostándolo, hablándole; cuando un día cualquiera lo acosté junto a unas trozas de madera y lo tapé con astillas.
A Octavio mi hermano, mayor que yo, lo mandaron a traer unas trozas de madera del cafetal al picaleña. Él llegó con la madera, la tiró y como cayó donde tenía a Kiko, me lo estripó. El muñeco estaba en el lugar equivocado. Inmediatamente grité llorando:
“¡Me estripó a Kiko! ¡Me estripó a Kiko!”.
Mi mamá, como yo no cesaba de llorar, para contentarme me dijo que iba al pueblo y traía otra vez a Kiko, lo cual nunca sucedió.
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