La guaquería, un oficio hoy desaparecido

Josué Carrillo

En las últimas décadas del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX hubo en el Quindío una profesión, la guaquería, que en su momento contribuyó a la incipiente economía de la región, sin que pueda decirse que fuera el motor principal, aunque sí hubo unas poblaciones, como Montenegro, La Tebaida y Pueblo Tapado, en donde su práctica fue más favorecida. La guaquería es la búsqueda de los sepulcros de indígenas, en que se suelen encontrar objetos de valor diverso, pues los hay ricos en objetos de oro, cobre y tumbaga, hasta los que contienen, si acaso, restos mortuorios. Dicha profesión, hoy desaparecida en el medio, ha existido en todo el mundo desde tiempos inmemoriales y aquí la practicaron los indios, después la conocieron los españoles y finalmente llegó a los peones de recatón y mediacaña, que fueron quienes barrieron todo lo que dejaron los anteriores.

Quienes ejercieron ese oficio en el Quindío fueron casi siempre peones rasos, que con el tiempo adquirieron bastante experiencia en el cateo, que es como se conoce a la labor de buscar y localizar con precisión la existencia de la guaca. Los primeros hallazgos con apreciables cantidades de oro se dieron en el año 1885, a partir del cual la actividad tuvo un notorio progreso, porque los tesoros encontrados eran tantos, que fueron muchos los que sin el menor conocimiento del oficio se animaron a probar suerte; en 1914 comienzan a escasear los descubrimientos y la guaquería empieza a decaer. Como suele suceder en las regiones donde se encuentran riquezas que fluyen a borbotones, también aquí florecieron junto al trabajo duro de los guaqueros, la piratería y el robo. Cuando uno encontraba una guaca y hacía los preparativos para barrerla, no faltaba quien estuviera al acecho para robarle sus herramientas, sus provisiones o los objetos de valor que encontrara; en ocasiones los robos los hacían los guaqueros mismos, mientras unos se iban a hacer la excavación, otros entretenían a los dueños de la finca donde estuviera la guaca para sisarle lo hallado. Los robos más frecuentes eran entre los mismos compañeros.

Sobre esta profesión u oficio de la guaquería existió una rica narrativa oral cuyos autores fueron los mismos guaqueros, quienes solían hacer descripciones con mucha fantasía de sus hallazgos y de su vida muy cercana a la aventura. En cuanto a crónicas y relatos escritos es mucho menos el material disponible; sin embargo, hay un libro que merece mención especial: en el año 1924, don Luis Arango Cardona, fundador de La Tebaida, publicó sus Recuerdos de la guaquería en el Quindío. Como su título indica, el libro contiene todo lo que al autor se le pasó por la cabeza sobre sus experiencias en esto de la guaquería y muchas otras que conoció de oídas. Seguramente, para un arqueólogo profesional o para un académico el libro no tenga mucho valor, porque en él hay un revoltijo de temas, pues en unas páginas abundan las descripciones funerarias de los indios en distintas zonas del país, en otras el autor habla de geología, mineralogía y paleontología, en otras da conceptos ingenieriles basados en no sé qué arrevesados cálculos, todo escrito de una manera deshilvanada; pero el libro tiene el gran mérito de narrar experiencias sencillas del oficio, en él se encuentran reseñas muy precisas y sin tecnicismos de las guacas y las clasifica por su forma y tamaño; además, detalla las particularidades funerarias de las tumbas y describe las características de los objetos encontrados en ellas, como son tipo, forma, peso, medidas y materiales; todo esto es algo que difícilmente se encuentra en un libro de este género.

En las páginas del libro es notoria la cantidad y sobre todo la riqueza de guacas descritas; aunque son muchas las guacas ricas en objetos de cerámica y otros materiales, el autor destaca los de orfebrería. Cuando se lee su lista casi interminable, pero muy desordenada, de hallazgos se piensa en qué tanta pudo haber sido la riqueza de estos pueblos, para que después de los barridos de indios, conquistadores y guaqueros, aún se encuentren las cantidades de las que habla el libro. 

De toda la riqueza en objetos extraídos de las guacas poco se sabe en qué paró, salvo de aquellas pocas piezas que algunos gobernantes nuestros, en gestos de empalagosa lambonería, le han regalado a la corona española, como si en España no hubieran terminado toneladas de oro y plata procedentes de los pueblos americanos. Años atrás se conocieron varios coleccionistas de obras de arte indígena, hubo unos que coleccionaron solo objetos de oro, otros se inclinaron por la cerámica. Yo tuve un amigo nacido en Montenegro que continuó la obra iniciada por su padre, cuando su pueblo era el centro de la guaquería en el Quindío; este amigo dedicó su vida y todo lo que el ejercicio de su profesión de odontólogo le produjo a una colección en cerámica quimbaya que, según sus palabras, nada le envidiaba a la colección del Museo Nacional. Pero todas estas colecciones se han ido desperdigando, bien sea porque al morir el coleccionista los sucesores no tienen interés o carecen de los medios económicos para continuarla, y así todas esas piezas terminan como adornos en un estante, una vitrina o en el cuarto de san Alejo de una casa vieja o una finca, porque en los apartamentos modernos se carece de espacio para guardar cachivaches.  

Y si de las figuras, tunjos, ollas, adornos y demás objetos que se sacaron de las tumbas indígenas es poco lo que se sabe, mucho menos es la noción que se tiene de los guaqueros; de esos trabajadores de manos encallecidas y estómagos vacíos, con sueños tercos que rayan en la fantasía y vidas signadas por la fatalidad no queda más que la reseña que nos hace don Luis Arango C., porque ya murieron todos aquellos que nos pudieran contar de sus aventuras y sus infortunios.