Por Libaniel Marulanda
Me viene a la memoria un refrán de mi abuelo, viejo tiplero y fabricante de “tapetusa”: “Más entrador que nigua salamineña”. Pues bien, así fue y así es la camarada María. Por eso, en tres minutos ablandó a Camilo Torres y éste le prometió ayudarle a ingresar a Sociología, una vez se reuniera con las monjas del San Façon. En este episodio también los ánimos y esperanzas revolucionarias se impusieron sobre los frágiles sueños tercermundistas. Así, la novel lideresa comenzó a transitar por la sociología en la mejor universidad de Colombia, en la Belle Époc de la utopía socialista. Corría el año de apertura de la llamada década maravillosa, cuando la historia habría de registrar el nacimiento de la píldora anticonceptiva, la construcción de El Muro de Berlín, El Concilio Vaticano II, la proximidad de una tercera guerra mundial por la crisis de los misiles y el asesinato de Kennedy.
[Fotografía de Geraldine Baena]
Para María Yaneth Calderón, tras dos años de estudios en la Nacional, igual que para Camilo Torres, el horizonte se ensombreció. Posesionado el segundo presidente del pacto de Frente Nacional, Guillermo Valencia, el acoso contra los partidos e idearios diferentes al establecimiento, tomó un segundo aire. El fundador de El Frente Unido, comenzó a ser hostigado, y luego de repensar su situación, como líder que ya tenía tras de sí un significativo número de seguidores, terminó por convencerse de la fragilidad del pensamiento libertario frente al poder decisorio de las armas al servicio del establecimiento. Al tiempo que el fervor popular hacia su liderazgo crecía, Camilo se aproximaba más a esa certeza, que habría de acuñar en una frase, lanzada desde las montañas en 1966: “El pueblo sabe que las vías legales están agotadas”. Esta consigna siempre habría de ser un comodín perfecto para la historia de nuestra insurgencia armada.
[Fotografía de Margarita Rosa Tirado Mejía, Fundación La Rosa de los vientos]
La camarada María determinó privarle a la reflexión una segunda oportunidad y con la pasión revolucionaria de centenares de jóvenes universitarios en aquellos años donde comenzaba a gestarse ese gran desorden bajo los cielos, abrazó la causa del Frente Unido e igual que su líder y mentor, abandonó para siempre la Sociología y su amada universidad. Y entonces, bajo los rigores de este nuevo punto de giro perteneció a la red urbana del E.L.N., sin que el peligro la inhibiera del llamado de la naturaleza y por eso también fue mamá de una niña a quien llamó María Isabel, a quien le fue negada la vida cuando apenas tenía nueve meses por causa de una irremediable meningitis. El dolor de madre, muerta su bebé, la hizo prometerse no tener más hijos, pero un nuevo amor hizo añicos el propósito y tuvo a la segunda de sus cinco hijas: María de Los Ángeles.
[Fotografía de Geraldine Baena]
Los infaltables conflictos conyugales y la acción política de nuevo primaron sobre los propósitos de beatitud doméstica; la camarada María emprendió un nuevo peregrinaje, mientras que la pequeña quedó bajo la tutela de sus abuelos, quienes al final se disputaron la permanencia de la nieta y tuvieron éxito, cuando la madre regresó y quiso recuperarla. María de Los Ángeles permaneció en ese hogar hasta un poco después de la muerte del abuelo. Tenía quince años cuando decidió marcharse de casa. La camarada María, por aquel entonces ya estaba militando en el M-19 que estaba ad portas de la dejación de armas. Corría el año de 1991. Nuestro personaje, que de nuevo estaba en Armenia, cuenta que en un almacén de granos de la plaza de mercado le informaron que María de los Ángeles había sido asesinada en Yopal Casanare, en hechos confusos, donde existía la posibilidad de una acción paramilitar.
[Fotografía de César Ramírez Cuartas]
Con la serenidad obtenida tras el sufrimiento constante a través de una vida recorrida de peligro en peligro, en aras de una ideología transitada con todo el rigor, la camarada refiere cómo su segunda hija se desplazó de Sogamoso a Armenia, y luego de reunir el papeleo pertinente, contrajo matrimonio para luego radicarse en la convulsionada Yopal, capital del Casanare, en donde la pareja instaló un casino en la Zona de tolerancia. Eran días de intensa actividad en todos los órdenes. Cuenta que traspuesto el filo de la medianoche, una vez cerraron el establecimiento, mientras transitaban por una calle adyacente un disparo le segó la vida a su segunda hija, María de los Ángeles. Durante el proceso de búsqueda ni la Defensoría del Pueblo pudo certificar su muerte establecer que por el caos del municipio y las acciones de los grupos armados la hija asesinada está en una fosa común.
[Fotografía de Margarita Rosa Tirado Mejía, Fundación La Rosa de los vientos]
Su tercera hija, María Judith nació en Medellín, dos semanas después de que la camarada logró huir de Argentina, en plena dictadura de Videla. Vivió en Mendoza y luego en Buenos Aires, en el histórico sector de La Boca. El padre de la niña fue un líder sindical argentino, de Tucumán, llamado Ramón Timoteo Montenegro. Su permanencia durante tres años, al comienzo de la campaña del regreso de Perón, en una argentina convulsionada y por su trabajo político con curas seguidores de la Teología de la Liberación, en los barrios subnormales (las villas), la pusieron a centímetros de ser una desaparecida más. Cuando participaba en una manifestación fue subida a un camión del ejército en calidad de detenida. Por suerte, una monja Paulina italiana, llamada Piera logró rescatarla y evitar que la camarada hubiera sido sumada a la lista de víctimas de aquellos oprobiosos años de crímenes, torturas y desapariciones.
(Continuará)
Calarcá, enero 1 de 2023
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