domingo, noviembre 24, 2024

El camino de la sonrisa es también un viaje al corazón de las tinieblas. Primera parte

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La primera vez que Pablo Abril sintió miedo y vio en peligro su vida, fue debajo de un árbol donde descansaba junto a su bicicleta y a Atena, la perra Pitbull que siempre lo acompaña en sus travesías y que hace las veces de un Sancho Panza. La socia incondicional.

Horas antes ya había sido advertido del peligro que corría. Quien le dijo por primera vez que se cuidara fue un hombre al que conoció saliendo de un restaurante. Pablo iba rumbo a Tarazá, Antioquia, era febrero del 2021. El tipo dueño también de un perro Pitbull le puso conversación y le dio posaba esa noche, manifestándole que la zona no era segura y no debía arriesgarse.

Ya en su casa finca el sujeto lo puso en contexto y le habló de la difícil situación de orden público y quienes eran los que mandaban en el lugar y todo lo que podría pasarle sí insistía en continuar su camino. Le recomendó no grabar ni tomar fotos. En todo su relato no dijo nombres, solo existían Ellos, así los llamó. Sin entenderlo del todo Pablo escuchó atento todos los detalles y al día siguiente siguió su ruta a pesar de las advertencias.

Antes de partir el hombre le sugirió quitarle las luces rojas a la bicicleta, las que llevaba para ser visible en la vía, y dejarle solo las azules. Así también puedían verlo otros carros, y Ellos, como los llaman todavía en esa parte del país y como se conocerán siempre en este relato, no lo confundirían con la Policía ni le dispararán. Pablo atendío el consejo. Muchos kilómetros más delante de pedalear sucedería lo inevitable.

¿No le da miedo viajar solo?

Bajo el sol que parecé derretir el asfalto en la extensa carretera, de vez en cuando Pablo se detiene, reposa, toma agua, estira las piernas, deja que Atena camine, olfatee y siguen. Una que otra vez ve personas con las que conversa para saber cuánto le falta por llegar a Taraá. Todos tienen en común preguntarle lo mismo: Por qué va solo, si tiene miedo ir por esa carretera. Incluso le sucede con algunos Policías o Soldados que aparecen esporádicamente, quienes le aconsejan no viajar sin compañía y si es posible mejor devolverse.

A varios kilómetros de Caucasia, en Antioquia, Pablo decide descansar un poco antes de enfrentarse a una extensa subida. Ya siente que algo extraño está pasando. La paranoia ha sembrado en él una semilla que poco a poco comienza a germinar. Al resguardarse del sol de las 2 de la tarde, sentado bajo un árbol ve pasar una camioneta y su mirada se cruza con la del conductor. El tipo va acompañado de una mujer. Metros más adelante el auto se se detiene, se devuelve despacio y se acerca hasta quedar cerca de Pablo.

El hombre apaga el motor y desde la ventana le pregunta a Pablo qué hace por esa zona. Él le responde que solo viaja y hace labor social como odontólgo. El hombre mira por el parabrisas a la carretera. Parece buscar las palabras precisas de su mensaje y solo le bastaron unos segundos para encontrarlas.

-Mejor váyase de aquí ya, porque por aquí matan gente. Si me entendió.

El tipo no lo repite. Lo dice sin agresividad ni de forma amenazante. Lo hace con la normalidad de quien da la hora o mira al cielo y dice que va a llover. La conversación por su parte, ha terminado. Enciende la camioneta y se va como llegó. Despacio. Sin prisas. No huye de nadie. Pablo cree recordar que el hombre lo miró por el retrovisor, pero ya no está seguro. Solo tiene claro que si hoy pudiera encontrarlo de nuevo no lo reconocería.

El miedo de ese instante y el haberse sentido frágil y vulnerable por primera vez, le borró ese rostro de su memoria. Ese y todos lo que en adelante llegarían a su vida y en sus viajes siguientes por otras partes del país. En su testimonio ya no hay rostros, no hay nombres, solo están Ellos, siempre Ellos.

Si llega se salva:

Las siguientes tres horas para llegar a Caucasia le parecieron 3 años. Era como si los pedalazos no hicieran avanzar la bicicleta y la carretera se estirará bajo el efecto del calor sofocante de un sol que comenzaba a desvanecerse para darle paso a la noche. Solo recuerda que todo el que se encontraba en el camino le decía que de llegar rápido al pueblo se salvaba, pero nunca le dijeron de qué ni entraban en detalles. Al final fue algo que efectivamente sintió a su arribo. Lo hizo antes de oscurecer. Llegó al refugio. A una trinchera.

En adelante todo iba en aumento dentro de él: el Miedo, la paranoia, la sicosis. Buscaba entender lo que pasaba pues los paisajes, sus gentes y lugares eran nuevos. Lo único que quería y aún quiere, es llevarle un mensaje social, de sonrisas y alegría a muchas personas que habitan lejos de los centros poblados colombianos. Esos que son apartados de las grandes urbes y de lo que llaman progreso. Ir hasta allá con su proyecto llamado El Camino de la Sonrisa y enseñarles el cuidado de la salud oral. Nada más.

Quizás por esa buena voluntad de querer ayudar era que no dimensionada el peligro en que estaba, aunque lo tuviera de pasajero junto con Atena en la parte de atrás de la bicicleta. A lo mejor por ese exceso de inocencia no sentía aún el peso de la muerte en su equipaje.

Un miedo compartido:

Caucasia solo era un destino de paso donde llevó a cabo una jornada de salud oral. No iba ni en la mitad del recorrido cuando llegó ahí. La ruta comenzó en Armenia, por carretera y en bicicleta, e iba hasta la Riohacha, en la Guajira. Poco más de mil kilómetros. Esa era la travesía completa que denominó la ruta norte. La noche anterior antes de retomar el viaje, asesinaron en el parque del municipio y con tiros de gracia dos policías. Fueron Ellos, decían unos pocos. Ese crimen lo detuvo por unas horas. Las preguntas de cómo iba a salir de allí y qué iba a hacer en adelante eran un nuevo problema.

Mientras tanto se dio cuenta que el miedo ya no era solo suyo. Lo compartía con los habitantes del pueblo, que también tenían paranoia y parecían preparados para lo peor. Repetir el horror del que años antes se habían salvado: “Volvieron las muertes”, “Otra vez lo de antes”, decían algunos.

Sin otra salida, Pablo tomó la decisión de seguir hasta la Guajira parando en algunos pueblos como era el plan inicial. De caucasia salió bien librado. Devolverse no estaba en el mapa pero el viaje se hizo diferente desde entonces. Llegaba, hacía sus jornadas de salud oral en algunas comunidades y sin mucho preámbulo salía en cuanto podía, mientras el miedo le iba creciendo dentro del pecho, así como los kilómetros recorridos en bicicleta. Mirar alrededor cuando iba por la extensa carretera se le hizo una constante que lo perturbaba cada vez más. Esperaba lo peor. En esa inmensa soledad pensó en el valor de la vida que le parecía cada vez menos.

Las visiones:

Ser tomado por espía, torturado, asesinado, desaparecido, enterrado en una fosa, desmembrado, arrojado al río, olvidado para siempre. Todas esas fueron las visiones de sí mismo que se le acumulaban como un coctel del horror. Toda una tragedia hecha a la medida de las circunstancias. Mientras tanto pedaleaba pero no sentía que avanzaba. Recordaba las frases que no dejaban de ser recurrentes y también lo perturbaban a cada kilómetro: Cuídese, no viaje solo, usted qué hace por acá, no le da miedo ir sin compañía, mejor váyase que por aquí matan gente.

Para llegar su destino que era Riohacha buscaba y encontraba contactos por medio de las redes sociales. Muchos de ellos lo seguían en el recorrido gracias a sus publicaciones y al conocerlo en persona le daban comida y dormida de forma desinteresada, y le ayudaban a encontrar la forma de hacer sus jornadas de salud oral. Pero esas personas también tenían miedo. 

Una de esas ayudas fue una mujer de Armenia que es residente en un pueblo costero. Por ella encontró la forma de llegar al final de su destino cuando le presentó a un guía que se arriesgó llevarlo al punto más norte de la geografía colombiana. Hoy reconoce que sin él habría sido imposible lograrlo y también salir de nuevo de ese lugar para regresar a Armenia, porque en ese sitio Ellos también existen, Ellos también mandan. Por allá Ellos también matan gente…

…Continuará.

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