En el año 1954, llegué a la Vereda La Granja del municipio de Génova Quindío, con casi seis años. No conocía el radio, pero un vecino llamado Audón, nos invitó a escuchar a un humorista que contaba chistes muy divertidos. Como la luz eléctrica venía de plantas de gasolina movidas por un dinamo, y esto no lo tenía sino ése señor, mi padre, mis hermanos y yo, acudíamos emocionados de 6:00 a 7:00 p.m., de lunes a viernes a escuchar a Jorgito el de “La Hora Sabrosa”, muy divertidos y felices por haber conocido ese aparato tan novedoso para nosotros.
Desde entonces, y por siempre, he sido un fanático radioescucha. Lo simpático era que en ésa casa nos reuníamos varios vecinos entre adultos y niños y al terminar “La Hora Sabrosa”, para conocernos, dialogábamos adultos con adultos y niños con niños, por lo tanto había una integración de vecindad. Nunca olvidaré esos momentos gratos de mi niñez.
En 1960, ya en la Vereda Santo Domingo de Calarcá, compramos un radio Sanyo llamado por nosotros “panela”, que funcionaba con pilas Eveready. El día que lo tuvimos, hicimos fiesta entre los hermanos y nos admiramos de que ese aparatico tan pequeño diera tan buen volumen y cogiera varias emisoras, dizque en banda corta y ancha, lo que no entendíamos los campesinos pero sonaba bueno.
Una nueva alegría fue escuchar el programa de las rancheras a las 5:30 p.m. que al compartir con los trabajadores cantando las canciones, era todo un alborozo. Nuestra vida en la finca cambió tanto con la alegría de la radio, que sin ella era muy monótona. Resultó un compañero más en nuestro hogar, con quien no nos perdíamos las noticias de la voz de Calarcá.
En la vereda, la radio trajo progreso, porque fuera de estar bien informados, escuchábamos humoristas nacionales y extranjeros. Con el radio de pilas a la cintura, los campesinos escuchábamos por ejemplo a Emeterio y Felipe Los Tolimenses, a los hermanos ecuatorianos Víctor Mario y Augusto “Los Chaparrines, a Guillermo Zuluaga Montecristo y posteriormente por Radio Nacional de Colombia, El Manicomio de Vargas Vil, Hebert Castro (uruguayo) llamado en Colombia El Coloso del Humorismo o la Escuela de Doña Rita. Otros humoristas y programas que oí entonces fueron Humberto Martínez Salcedo con los programas de “El Corcho”, “La Tapa” y Jaime Soto con los programas de “Canta Claro” y “Contrapunto”.
Jamás olvidaré que los temas que tocaban los humoristas o los periodistas, eran socializados por los trabajadores en las horas de descanso y se hacían más amenas las labores del campo.
Tenía 12 años. Los domingos a las 9 a.m había un programa para niños dirigido por el locutor Alirio Tobón González donde íbamos a cantar. Un día tomé la decisión de ir, canté y gané premio. Mi mamá y mis hermanas hicieron una reunión para que les contara cómo era una emisora y yo con las ínfulas infantiles de saber un poquito más que otros, les describí como mejor pude, las partes que recordé, les hablé sobre los locutores, les presumí de saber en qué forma colocaban los discos para escuchar la música y les dije que había un radioteatro, en el que había cantado. Algunos vecinos me felicitaron y me dijeron que yo tenía mucho coraje por haber ido a cantar.
Antes de aparecer el radio Sanyo con pilas, no teníamos la oportunidad de escuchar estos temas que resultaban tan divertidos entre nosotros y nos dejaban muy buenas enseñanzas. Ahora, pasados unos cuantitantos años, aquellos programas de tanta recordación desaparecieron, pero por ahí quedan esfuerzos por mantener éste tipo de diversión sonora, que generó muchos cambios en mí y en mi familia, gracias a los programas educativos.
Por estos bellos recuerdos, mencionaré para terminar uno de los mejores ejemplos de lo que debe ser la misión de la radio: La emisora, Radio Sutatenza.
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