Por Roberto Restrepo Ramírez.
La iglesia católica – en el proceso de colonización y fundación de pueblos del Quindío – tuvo el protagonismo de muchos sacerdotes, que pasaron a la historia de la región. Los padres José Ignacio Pineda, Ismael Valencia, Francisco de Paula Montoya y otros son recordados por sus ejecutorias o por graciosas anécdotas. Otros se destacaron hasta mediados del siglo XX, con su influencia en la vida administrativa del departamento recién fundado. Algunos fueron polémicos y unos cuantos son célebres por su pensamiento y postura tradicionales, pues lo único que reflejaban era la posición férrea de la Iglesia ante los asuntos álgidos de la sociedad.
Uno de los más célebres – considerado simplista y de talante conservador en sus afirmaciones – fue el padre Rafael María Peláez Montoya. Nació en la población antioqueña de El Peñol el 24 de octubre de 1896 y, cuando falleció, en la última semana de febrero de 2002, contaba con 105 años de edad. Era a la postre el sacerdote más anciano de la Diócesis del Quindío, donde se había desempeñado como párroco en varias poblaciones. Se recuerda su paso por la Vicaría Parroquial de El Tolrá (hoy Buenavista) y en el municipio de La Tebaida. En los últimos años de su vida, cuando su avanzada edad no le permitía oficiar la misa, se recluyó voluntariamente en una casa de alquiler, donde recibía el sacramento todas las mañanas y, desde su cama, atendía a los fieles del municipio de Quimbaya, donde falleció.
Fue un cura singular, en el mejor concepto de su vida terrenal. Pero también llamó la atención por sus respuestas, propias del sacerdote de vocación religiosa, basada en la tendencia más tradicional de la época.
En el momento actual, con las posiciones sobre el aborto – o la asumida por una Secretaría de la Alcaldía de Medellín sobre la masturbación en los jóvenes – el padre Peláez no habría resistido ante las nuevas medidas y providencias.
En una entrevista publicada en el periódico EL TIEMPO, el 15 de abril de 2001, el padre Peláez respondió así a la periodista, frente al interrogatorio sobre los temas más revolucionarios del momento:
“…El infierno sí existe. El pecado no ha cambiado ni cambiará…Las relaciones prematrimoniales son pecado, si una pareja se casa para no tener hijos, eso no vale…La masturbación es un pecado que debe confesarse solamente ante el sacerdote. Éstos deben llevar una vida Santa…»
Como «santa» fue considerada la vida de este sacerdote, a quien se lo recuerda en Quimbaya, a pesar de la agudeza de sus opiniones. Comentarios que solo obedecían a la bondad y limpieza de su pensamiento, aunque ello fue considerado por otros más críticos como retardatario. Era, sin embargo, la respuesta de un «apóstol», término éste que nos coloca en el plano de una existencia humilde y ejemplar.