Esta fotografía fue tomada en 1.953 o 1.954 en la Quinta de Bolívar en la ciudad de Bogotá. Mi amiga y yo, vestidas a la usanza de la época, protegidas del frío y de acuerdo con nuestra edad y circunstancia, recorríamos la capital; ella proveniente del Quindío como turista de provincia y yo, también quindiana de origen, con varios años de residencia en Bogotá, fungía como cicerone ocasional en casos como este.
Mi amiga disfrutaba sus vacaciones estudiantiles en mi hogar, y a la vez, conocía la fría ciudad. En el momento de la foto paseábamos en los hermosos jardines que se cultivaban en uno de los patios de la mencionada casa de construcción colonial.
La conocí alrededor de mis diez años como una nueva compañera de estudios, en el colegio de las Hermanas Bethlemitas, donde terminaríamos los estudios de básica primaria. Su hermana, un poco mayor, también ingresó al plantel; y aunque cursaba un grado superior, se convirtió en excelente amiga por su calidad humana.
Las cualidades que poseía Libia, a tan temprana edad, me llevaron a elaborar el concepto de la verdadera amistad, demostrada en la solidaridad como compañeras de viaje en nuestro trasegar estudiantil. La afinidad y empatía se desarrollaba día a día entre nosotras, en medio de la comprensión y la valoración recíproca. Una verdadera hermandad.
Los avatares del tiempo hicieron que ese vínculo no tuviera presencia permanente, material o programada, sino atemporal, espontánea. Transcurrían años sin vernos, pero los sentimientos que nos movían en cada encuentro, así fuera casual, eran igualmente calurosos, sinceros y entusiastas.
Libia llegó a ser excelente nutricionista profesional y espontánea “trabajadora social”, siempre en busca de alguien que necesitara su ayuda. Creyente practicante, siempre estuvo en acción a la luz de las virtudes que aprendió desde su más tierna edad, por ello, Libia, para quienes la conocimos, es sinónimo y paradigma de amistad verdadera, de bondad, sinceridad y calidad humana que mis palabras no alcanzan a describir. Fue un ejemplo que permanecerá siempre en nuestro corazón, aunque se haya marchado hace más de un año. Paz en su tumba.