lunes, noviembre 25, 2024

Montenegro, ¿Pueblo o Ciudad? | Opinión por: Néstor Vargas

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¿Es Montenegro un Pueblo o una Ciudad? ¿Cómo vemos nuestra tierra natal? ¿La miramos con condescendencia, desprecio o con orgullo? Al pensar en la palabra “pueblo”, a menudo imaginamos calles tranquilas, arquitectura tradicional y un ritmo de vida sosegado.

Por otro lado, al considerar una “ciudad”, nos vienen a la mente conceptos de desarrollo, vías amplias y una variedad de servicios. Sea cual sea el modelo de pueblo o ciudad que tengamos en mente, Montenegro parece un híbrido de ambos mundos; combinando el estrés y el caos urbanos con la falta de servicios públicos y bajos niveles de calidad de vida.

Es muy difícil determinar si Montenegro es un pueblo o una ciudad; ya que no hay una línea clara que lo sitúe en una u otra categoría. No somos pueblo porque no disfrutamos con los goces del vivir tranquilo de un pueblo ni con las condiciones de bienestar y desarrollo de una verdadera ciudad. Entonces podríamos decir, usando una metáfora religiosa, que Montenegro se encuentra en un limbo o purgatorio.

Una cosa sí está clara; Montenegro tuvo que haber sido un pueblo y quedarse en la transición hacia una ciudad, pero ¿Qué clase de pueblo era? Me aventuré en el pasado en busca de pistas sobre el Montenegro de antes y encontré el libro “Clamor de la tierra” del poeta Jairo Baena Quintero; uno de los más grandes intelectuales que ha dado esta terruño, y hallé en sus páginas un tesoro que llenaría de orgullo al Montenegrino más crítico y apático.

Dice Baena, que Montenegro era la Salamina del Quindío y el pueblo Cívico del Quindío, por su elegante cultura. Un momento, ¿El maestro Baena estaba hablando de “este” Montenegro? Pues sí, este Montenegro donde Usted y yo nacimos solo que un Montenegro de otra época, de otros hombres y mujeres, ciertamente más cultos que nosotros. El poeta habla del Montenegro de la década del 30; faro del civismo en el Quindío y entonces ¿Qué pasó? ¿En qué momento perdimos ese estatus? Viajé décadas adelante y me encontré con otro poeta, uno de la década del 60 que compuso el himno de nuestra tierra; el maestro Luis Carlos Florez en el año 1964; hace ya casi 60 años.

Una sencilla lectura al bello canto, nos dice en sus primeras líneas: Salve tierra grandiosa de libres, Montenegro Ciudad del mañana”. Ese “ciudad del mañana” me lleva a pensar que para el poeta y para los montenegrinos de la época, si bien Montenegro se destacaba por su gran cultura y civismo, aún era un poblado modesto pero que iba rumbo a convertirse en una ciudad. Entiendo que ése era el sueño del poeta; una visión de poder que pensaba desde el futuro, acompañada de una visión humilde sobre un presente prometedor. Entonces la pregunta era otra ¿Cuándo dejamos de crecer?

Sigamos viajando en el tiempo y abordemos uno de los libros de un grande de esta tierra; me refiero a “Un Barco en el horizonte” de mi maestro Jorge Lino González. Este voluminoso texto de más de 700 páginas, tiene un capítulo sumamente interesante: Memorias del Primer congreso de profesionales Egresados. Estamos hablando del año 2003; o sea, exactamente 20 años atrás. En este fragmento, algunos de los hombres y mujeres, profesionales más destacados de la época, exponen su visión sobre el Montenegro del mañana. Cito textualmente: Pusimos a nuestros profesionales egresados a soñar.

Al analizar las exposiciones llega uno a la dolorosa conclusión de que llevamos, por lo menos 20 años estancados. Leer los sueños de una mejor calidad de vida, de niveles de desarrollo a la par de otras ciudades, de la cultura ciudadana, una prestación de servicios públicos de calidad, de los avances en arquitectura y urbanismo y reconocer que siguen siendo simplemente sueños, es desalentador. Seguimos, 20 años después sin ser capaces de resolver los problemas primarios y de servicios básicos y mucho más lejanos de recuperar la cultura y el civismo de nuestros padres. Llevamos 60 años de una promesa incumplida al maestro Luis Carlos Florez; no, poeta, aún no somos la ciudad del mañana.

¿Cómo se puede perder tanto? ¿Cómo se puede evaporar toda la cultura, el arraigo y el orgullo de un pueblo que fue faro del Quindío? Sencillo, la ciudad es una conquista permanente, nunca acabada y es más fácil perderla que recuperarla.

¿Pero qué diablos nos impide convertirnos en una ciudad?

Primero: No es que hayamos dejado de crecer; es que dejamos de pensar. Durante décadas hemos sido testigos de un afán vanidoso por ejercer la política, no por pensar la política. Hay afán por llegar al poder, no por construir ciudad. Hay urgencia por ser llamado mesías, salvador o caudillo; no por ser un servidor de la gente.

No hay un auténtico pensamiento político en Montenegro; lo que hay son grupos de intereses que se activan cada que hay elecciones para mirar qué nombre se ponen en la camiseta, quién representará los intereses egoístas de unos pocos, no por quién dialogue con la ciudadanía y les dé protagonismo.

Segundo: No estamos planeando a Montenegro; tenemos reloj para medir el tiempo, pero no brújula para ubicar el destino, queremos medir la velocidad con la que viajamos pero no nos interesa saber hacia dónde. Hemos privilegiado la política como instrumento de acumulación de poder y no como herramienta para el desarrollo colectivo. Necesitamos saber hacia dónde queremos llegar en el largo plazo, para imponernos metas en el corto y en el mediano.

Tercero: Tenemos una muy débil organización social. Seguimos siendo muy talentosos y capaces, pero nos gusta ir solos para no compartir el mérito. Estamos llenos de grandes individualismos, de hombres y mujeres llenas de inteligencia pero incapaces de trabajar en equipo y movilizar colectividades porque privilegiamos la confrontación al acuerdo. Sumado a esto, los muchos otros ciudadanos no creen que tienen derecho a participar de la construcción de su ciudad sino que piensan que éste es un desafío exclusivo de “expertos” y “políticos”, no de ciudadanos. No tenemos tracción social, los dirigentes no nos escuchan, se burlan de nosotros.

Cuarto: Nuestra autoestima ciudadana se encuentra en estado críticos; nos vemos como inferiores a los antioqueños, caldenses y risaraldenses. No reconocemos en nuestros territorios las victorias y méritos de nuestros ancestros, y no los encontraremos si nos seguimos negando a leer nuestros libros de historia, a ignorar los relatos de nuestros abuelos y a cubrir con grosero asfalto la arquitectura tradicional y los pasos del colono por dar paso a una modernidad vacía de significado.

Por último: Hemos preferido la ilusión de un repentino cambio de nuestros dirigentes a la disciplina que significa ejercitarnos como ciudadanos informados, críticos y conscientes. Señoras, señores; nuestros gobernantes no van a cambiar, quienes tenemos que cambiar somos nosotros. No necesitamos caudillos y salvadores que lleguen al poder, lo que necesitamos es consolidar una organización ciudadana tan seria y fuerte que soporte la democracia y las instituciones, no importando quien gobierne.

El futuro no es simplemente lo que está por venir, es también el conjunto de sueños y proyectos que movilizan a una sociedad; yo quiero pensar a Montenegro desde el futuro y desde ya, le llamo ciudad, la ciudad del mañana que el poeta soñó y que yo sueño también.

Néstor Vargas – Facebook.com/nestordemontenegro

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