Los Emberá, desplazados por la violencia, viven de las monedas que piden en la calle. Las condiciones en las que viven son precarias.
Al llegar al parque Nacional, en Bogotá, los sentidos se activan. Los olores fuertes dominan el ambiente y el humo de la madera quemada hace arder los ojos, es complicado respirar. Los niños caminan sin zapatos y sin ropa mientras que las mujeres lavan y cocinan. Los hombres hacen guardia.
Es la comunidad Emberá, que, desde hace meses, se asentó en este lugar, donde las necesidades son evidentes.
“Sufrimos mucho con el día frío y día caliente. Cuando cae agua, sufrimos mucho”, cuenta Gildardo Mucutui, uno de los líderes indígenas.
En el parque, cientos de niños, mujeres y ancianos pasan hambre y frío cada día.
«Es muy difícil cuando llueve, a veces se entra mucho el agua, no hay alimento, hay personas que no nos ayuda, hay algunos niños que van al colegio sin alimento», narra María José, una de las jóvenes de la comunidad, quien lleva toda la vida huyendo de la violencia.
Comen cuando pueden y viven hacinados en cambuches bajo las inclemencias de las condiciones climáticas de la capital.
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