Por Luis Guillermo Arango
Por razones de luto familiar, con la muerte del abuelo y del sobrino menor, nos reunimos de nuevo en este paraíso del mundo que es el Quindío. La mayoría quería darle la despedida al pilar de la familia y al último, por ahora, del frondoso árbol familiar y aprovechamos para hacer un encuentro de todos los herederos del nombre. Curiosamente el sitio del encuentro es el ahora parador turístico o hacienda con fines de turismo, que lleva el mismo nombre de este relato y yo, medio perspicaz o mosca, pues me puse a hacer la cuenta y efectivamente los que nos reunimos para este acontecimiento, sumamos casi los 900 años o sea los que tuvo Matusalén, el bíblico. Triple coincidencia. Nos reunimos en la finca u hostal de nombre Matusalén. Los que asistíamos, sumadas las edades eran las cercanas a los años del profeta y el motivo de la reunión era a más de hacer memoria de los muertos y la finca había sido el patrimonio del abuelo.
Luego de los misteriosos ritos de cremación, entierro, misa con cenizas y depósito en los osarios de la catedral, en los cuales hubo delegados de la numerosa familia, que no pudo asistir en masa debido a las normas cuarentenarias, por la presencia del Coronavirus 19, que restringe o prohíbe las aglomeraciones o multitudes mucho más cuando la causa de los decesos fue el terrible virus que se aposentó en la familia; un hermano mío, nos invitó para que realizáramos no una fiesta sino un encuentro y mi hermanita menor, que siempre ha sido tan piadosa, propuso que realizáramos la lectura de la novena, para pedir que la misericordia divina, los protegiera en ese largo penar de la muerte y los llevara a disfrutar de las bondades celestiales.
Alquilamos la finca por el fin de semana o sea los tres días, de que disponían los extranjeros, antes de devolverse a sus lugares de residencia.
Llegó la prole numerosa, todos con la camiseta con el apellido del abuelo y las fotografías de los muertos y curiosamente todos y cada uno, cari acontecidos sin señales de sonrisa, apesadumbrados o mejor dicho achilados. Y por ahí empezó el batido o la reunión, porque mi hermana dijo como para referirse a cada uno de los asistentes:
Cogió la palabra y entonó el rosario, por los misterios dolorosos y a medida que avanzaba pedía alguna oración por cada uno de los grupos familiares de los que estábamos allí. Creo que al principio a alguno se le escapó un sollozo y quizás una lágrima, pero terminando el quinto misterio, mi hermana en medio de su piedad, dejó escapar un sonoro gallo, cuando rezaba y eso, como movidos por un cable de corriente soltamos la risa, a pesar de lo serio y trascendental del evento. Terminamos el momento de piedad y de agradecimiento y ya estaba el ambiente como un poco más distensionado y mi hermana mayor, como para romper el ambiente y con la excusa del frío, fue sacando de su cartera una botella de whisky Old Parr, legítimo y de la muy bien surtida alacena de la estancia, surgieron copas de plástico y a cada cual se le sirvió un tris de la bebida embriagante, pero no alcanzó ni para la mitad de los asistentes mayores de edad. Entonces, mi segunda hermana, sacó una garrafa del vino español, más dulce que una colombina y repartió por porción, pero aun así quedaron faltando algunos por tener su vaso y como no falta el pernicioso, el último de los hermanos, abrió el portamaletas del carro y aparecieron dos garrafas de aguardiente Cristal.
Y ahí si se notó el cambio. Mi hermano que siempre ha sido como leguleyo o medio rábula, tomó la palabra y alzando la copa propuso un brindis por el abuelo muerto en un ataque del virus, que se había traído con el nieto, tal vez desde la galería o del supermercado o del bus, días atrás, cuando estaban esperando las vacunas para los más viejos y que en menos de un mes se los había llevado a ambos. Quiso dar el ejemplo de lo que pensábamos todos, como era hacer un recuento de nuestras vidas después de que dejamos la finca paterna en donde transcurrieron nuestros años de infancia.
Llegaron de Salamina
Habló el hombre, mayor de la dinastía, hoy, por ser el mayor de la familia y empezó con la llegada de los abuelos desde Salamina, en el departamento de Caldas, cuando ellos, recién casados se vinieron en una de las múltiples aventuras comerciales que iniciaba mi abuelo, como arriero de profesión y andariego de naturaleza y fue traer toda una mulada con los corotos para montar una finca en la recién colonia de Burila, que se extendía desde Pereira, hasta Buga y que estaban adjudicando a todos los que fueran capaces de soportar el clima de esta hoya, llena de guaduales, de pantanos y de lagunas. Porque esta región antes de ellos, había sido todo un santuario de la naturaleza, pues sus ríos caudalosos, sus quebradas oscuras y sus guaduales inmensos, no permitían, sino que crecieran las palmas de cera en las montañas y los cedros en los montes del plan y los písamos florecidos a la vera de los ríos de la cuenca del Rio de la Vieja. El abuelo se buscó una parcela en la ladera de la cordillera, en donde podía mirar en lo alto una piedra inmensa de color blanco y se hicieron un rancho al lado de la quebrada, como para tener la facilidad del agua y para estar protegido de los vientos y tormentas y de las miradas de los curiosos. La choza del abuelo, en donde nació mi papá y toda la familia, la levantaron con guaduas macanas, con vigas de arboloco, con pisos de tablas aserradas a punta de pulidora y de serrucho, con pisos de tierra apilonada a punta de mazos de cedro y con paredes de bahareque, que era sacado de los lotes arcillosos de una antigua mina de oro, que desde los españoles estaba cerrada o abandonada, y que ellos, encontraron cuando sacaban la madera para el aserrío.
El hermano mayor, que era el organizador del encuentro, se tomó muy de una el trago de aguardiente y como para arreglar el tono de la voz o para aclarar las ideas o para soltar la lengua, se apuró, en seguida, un trago doble y empezó su remembranza y contó que en su larga permanencia en los Estados Unidos, había empezado a trabajar como empleado de la construcción, en una compañía manejada por los italianos y que él, para mejorar las entradas se había entrenado en colocar las placas para los techos y como en inglés se dice roof y se pronuncia ruf, pues a los que se encarama a las alturas a colocar esas estructuras les dicen rufos, algo muy parecido a lo que en Colombia, le decimos a los obreros de la construcción rusos, quién sabe de dónde se deriva este calificativo a la fija que es una copia de los que sucede allá en New York.
¡Un brindis por el abuelo y gracias por enseñarme!, dijo Horacio el mayor de la familia, el organizador del evento y el residente por muchos años en los Estados Unidos.
Y luego habló la tía mayor
Luego con una voz cargada por el acento español, pero de España, tomó el micrófono del equipo de sonido de la estancia Matusalén, para hacer el brindis por el abuelo y por el sobrino, muertos, como consecuencia de Conavid 19, mi tía la mayor, quien para la mayoría fue la maestra.
¡Les pido un minuto de oración por las almas de mi papá y de mi sobrino!, Concluyó su intervención, mientras entonaba un Padre Nuestro, la tía Socorro, residente en España y viuda de un español, mucho mayor, con quien vivió muchos años.
Al lado de Peñas Blancas
Le tocó el turno a Roberto, el sentimental de la familia, que para poder vencer el pánico que le provocaba el hablar en público, se echó de una, un trago doble y lo pasó con una rodaja de limón y después de una tosecita medio nerviosa, empezó su recuerdo de la casa paterna, contando que él había utilizado el largo corredor como pista para montar en un triciclo que el abuelo, que había cambiado una flotilla de mulas, por ese predio en plena ladera de la cordillera, al lado de las Piedra Blancas en el filo y que a golpes de hacha había acabado toda la madera para la vivienda que empezó a su llegada y que nunca alcanzó a terminar, pues cada año tenía que agrandarla por la llegada de un hijo más, hasta completar los ocho de la familia, le había regalado como navidad.
Brindemos por el abuelo, que nos dio una finca para poder estudiar, finalizó Roberto, el sentimental, mientras enjugaba una lágrima.
No tuvo la fluidez verbal, para contar la historia de su vida, que empezó como estudiante de comercio para trabajar como contador en un depósito de café y luego se marchó para Venezuela, cuando ese país recibía a los colombianos, para ocupar trabajos o muy humildes o muy técnicos, para lo cual ellos no estaban preparados o predispuestos. Allí vivió mucho tiempo. Se casó. Tuvo familia. Tuvo casa y cuando todo empezó a cambiar, pues se vino de regreso a Colombia, con un capital modesto, pero suficiente para vivir y hoy, lo maneja en lo que bien sabemos hacer los colombianos, prestar plata a interés y para completar el sustento o para no descuadrar el capital, maneja un taxi de su propiedad.
Este momento como medio traumático, lo arregló de una, mi hermana del medio, la entradora, la negociante, la noviera, la arriesgada.
Tomó el micrófono, se tomó un aguardiente doble, hizo el brindis y empezó su cuento:
Todos aplaudimos porque animó el instante. Puso emoción a la reunión y le dio impulso a los tímidos que temblaban de solo pensar en el mensaje que deberían contar.
Aprovechando la casi euforia y tal vez porque ya le habíamos dado “materile” a las dos botellas de Cristal y circulaba una garrafa, aparecida como por milagro, mi sobrino Juan Esteban, el “locato”, arriesgado y aventurero y a no dudarlo, medio “soyado” o “soyado y medio”, se puso al frente del escenario y con voz medio argentina o rola o poco paisa, empezó su relato:
Mi historia es una parte más de lo que ustedes han contado hoy el día del luto, por la ida del “cucho” y de mi “llave”, el primo de mi infancia y de mi “gallada”. Ustedes han sido mi modelo y mi cartilla. De cada uno de ustedes he tomado una lección. De mi tío, el hombre de los Estados Unidos, he aprendido que hay que asumir riesgos y “mostrar finura”. De mi tío, el hombre de Venezuela hay que admirarle sus “pilas” y finura, para aguantar el “camello” tenaz, buscando los “bolos”, aguantando los “tombos” de la guardia nacional que lo “raquetiaban” a diario y lo hacían salir “en bombas” y a mil o lo mandaban a “chupar cana”. De mi tío Roberto, un bacán que nunca dio bomba, ni se dejó “banderiar”, a pesar de estar a veces en plena “calentura”, el hombre “estando luquiado”, no daba “visaje” ni era “faltón”. “Las gambas”, eran para quitar la “gurbia” de los “panas” que “andaban pailas”.
Después de esa retahíla o parlamento tan tenaz, que la entendíamos sólo los que algunas veces lo compartimos en las sesiones familiares de navidad o de cumpleaños y ahora de entierros, quedamos como “turulatos” o “friquiados”, pero afortunadamente, mi tía la gringa, saltó a la palestra y con ese acento medio cubano y sonoro, se arriesgó a contar su historia, en la tierra de los boricuas, cubanos, colombinos y venezolanos, enemigos de Cuba, de Maduro y de Petro.
Agradecerle el esfuerzo y dedicación que pusieron para que lograramos nuestros sueños. Agradezco con todo mi corazón el buen gesto del abuelo al servirme de patrocinador para mi gran aventura, algo que creí siempre que podría ser una película de Disney y yo era la princesa “Deysi”. Él con su esfuerzo de muchos años, me sirvió de fiador para mi tiquete a Miami y no aceptó los verdes que le mandaba para cancelarle y me condonó o perdonó, la deuda. Hoy que está en la loza fría y delante todos ustedes, mi familia a quien tanto extraño en esa tierra de trabajo y de lucha, quiero decirle gracias, muchas gracias abuelo y que Dios te pague tanta bondad y tanta generosidad.
Las viandas de Matusalén
En este momento de la reunión nos llegó la comida o la cena o el aperitivo, compuesto por algo que nos era familiar a los que nos criamos en la finca cafetera cuando se llamaba Matusalén y que consistía en chicharrones, patacones, cacheo, hígado, boje, costillas, plátano maduro asado, arepas con mantequilla y presas de pollo a la brasa. Sobra decir que más de uno de los asistentes, llevaba en su lugar de vida una completa dieta libre de ingredientes que les pudieran aumentar el colesterol, los triglicéridos, la presión arterial o las temidas llantas abdominales o las barrigas de camioneros o de costureras. Todos los asistentes comimos, repetimos y no guardamos las normas de la glamour o de la buena educación, pues el instrumento para degustar ese banquete eran las manos y las servilletas eran reemplazadas por chuparse los dedos
Al final del ágape gastronómico o de la comida, volvió la calma y la seriedad de la reunión y mientras nos dábamos como una especie de respiro o de pausa, todos esperábamos las palabras de mi papá, que, por su seriedad, temperamento y autoridad, era una voz escuchada.
El origen de la finca Matusalén
Esta finca Matusalén perteneció desde comienzos del siglo a mi abuelo, que la cambió por una recua de mulas, cuando se vino en una comisión hasta Salento y se enamoró de estas faldas, de este plan, de esta quebrada y de esta montaña. Con mi abuela, una muchacha recién cumplidos los quince años, se vinieron a un ranchito de bahareque y techo de hojas de palma y empezaron a darle gusto al hacha y a la candela para abrir una mejora en medio de esta selva de guaduales, robles y arbolocos. Aguantaron hambre, pues como sustento sólo había los animales de monte, como la guagua, la danta y algunos conejos, piscas y patos de laguna. Pero el hombre tumbaba, quemaba y sembraba y en dos años, tenía la madera lista para empezar la construcción. Ya había nacido mi papá, al que hoy enterramos y el hermano mayor. Lo que antes fue monte se convirtió en potreros y en un lote grande de caña. Lo que se tumbaba y quemaba, al mes era una roza de maíz y de fríjol y con el paso de los años volvió a tener una recua de mulas, con las que arriaba y llevaba mercancía hasta Pereira. Por ese tiempo echó una cosecha de tabaco, que era procesado por las mujeres del pueblo que por ese entonces se fundaba y que hoy es Calarcá y en el trapiche mata gente, fabricaba panela la que comercializaba con Buga y el guarapo se utilizaba en la fabricación del mejor tapetusa de la comarca. Con esas habilidades abrió una fonda, para atender a los que llegaban buscando hacer lo mismo y rapidito, rapidito, este se fue llenando de santandereanos, de rolos, de vallunos y de paisas.
El mayor de la familia, el que era arriero en Salamina y llegado a Calarcá compró un monte hizo un trapiche, abrió los potreros para una ganadería, sembró tabaco, sembró matas de cabuya y en las noches armaba los puchos y destilaba el guarapo, para vender cigarros y aguardiente y luego puso una fonda, con zurrungueros y tipleros, fue haciendo un capital y con esos medios fue consiguiendo hasta que llegaron los chusmeros y quisieron quitarle su esfuerzo de muchos años. Debo ser sincero y claro, el billete nos lo dio la tierra, el esfuerzo y la habilidad del abuelo para fabricar, por ese entonces, clandestinos vicios del cigarro y del aguardiente. La fonda era el negocio que se fue ampliando y con su habilidad de arriero, luego la convirtió en granero, compraba y vendía víveres, los unos producidos en la vereda y los otros traídos desde lejos. Hasta que llegó la moda del café, traído a Salento, por un abogado llamado don Ramón Elias Palau, que era un abogado con residencia en Cartago y que había estudiado en Popayán y desde allá se había traído unas semillas en los terrenos que apenas se estaban organizando desde el punto de vista de pueblo, pues eran terrenos en donde antes los españoles de la Nueva Granada habían tenido una colonia penal, para que con la mano de obra de los presos se pudiera abrir el camino entre el sur y la ciudad de Ibagué, pasando por un lugar más asequible en la cordillera Central , en donde había unos páramos o nevados llamados El Quindío, Santa Rosa, Chilí y un poco más lejos el Volcán Nevado del Ruiz y los majestuosos y extensos nevados de Santa Isabel y El Cisne. Uno de los negocios de la fonda era la venta de carne de cerdo, que se realizaba una vez al mes, matando unos animales que se alimentaban con maíz y salvado de trigo y con lo que se rebuscaban en el terreno pues estaban en pastoreo en toda la finca y vecinas y que llegaban a las horas de la tarde a recibir su ración y a dormir en el corral. Pero con la llegada del café, el panorama de los negocios cambió por completo. Mi abuelo o sea su bisabuelo fue uno de los fundadores de Calarcá y de Salento y luego de Génova.
Si hay que hacer un recuerdo o un brindis debe ser a él y a la abuela, que empezaron de ceros y montaron todo un negocio, empezando como arrieros, luego como colonos, luego como comerciantes y como visionarios. MI abuelo trabajando en el alambique y la abuela, armando tabaco, lo hacían a escondidas de las autoridades y de los vecinos, pues eso era actividad que sólo podían ejecutar en los estancos.
Brindemos por esos seres que de alpargatas, poncho, sombrero, carriel y ruana hicieron de este pedazo de monte una finca y por esas mujeres que, con un pedazo de huerta y un gallinero, ordeñando la vaca y criando los terrenos, nos dieron el impulso para afrontar la vida, con santa paciencia y abnegada voluntad.
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