Categorías: Quindío

Cuento: El hombre del perfume

Publicado por
Arturo García

Sentado en medio de dos mujeres; el de la camisa roja, se quedó mirando el rostro de su amigo: es cierto, dijo, pero es la realidad y por eso mismo hay que correrla con cierta idealidad, frotarle en el sobaco un poco de verdad; no dijeron más y se levantaron los cuatro de la mesa, era hora de que fueran al lugar donde los viernes bailaban.

Allí no se veían los rostros y prende un fósforo que se cayó algo. Había una mujer vestida de rojo, de rostro en silencio, caminaba lenta y parecía no gustar del ruido y demás risas que encontraba en su tránsito a la discoteca: “será mejor irme” pensaba, pero le ganó en su querer la pereza, el tedio, la obligante miseria de su vida. 

Ese querer estar con nadie y estar con todos, las calles estaban en la solemnidad del viernes, viernes cultural o viernes de orgia perpetua, en una ciudad de viernes para la cultura y yo me voy llevando a la negra hacia la puerta del bailadero, es un sótano impermeable donde te esperan hombres de blanca camisa y luego vas bajando y vas siendo la cultura y mi negra que te quiero tanto: Lucas sonríe como una boba y Lucía también sonríe, ella y yo los seriecitos, los intelectuales, vamos tras ellos y nada de luz y que joda es esta donde no se ve la cara del otro, ¡dígame carajo! No se ponga así dice la mujer de rojo, ¡cómo que no! Qué va a tomar me pregunta el tipo de la linterna: traiga aguardiente y cigarrillos. 

Tener la negra al lado es una deslealtad a todo lo que amo, yo quiero a otra mujer y esa mujer está ahora mismo sola, yo quiero otra forma de vida, una vida donde no tenga que ocultar el rostro o esconder mi identidad como un ladrón yo soy otro cuento, no esto de lo que me asombro porque es una exacta porquería, estoy metido en el centro mismo de lo que detesto y aún tengo fuerzas para beber y fumar y bailar dándole codo a todo el que me toca y me aburro de lo lindo. 

La música va invitando a mis oídos como una mala muerte, la noche de Walpungis, pienso, la mujer de rojo es toda sombra y el mundo entero, allí es mera oscuridad, voy queriendo la muerte en ese maldito manicomio; nos sentamos un rato y nada que se puede hablar; la música- tormento, la música- agonía; aguardiente- humo, aguardiente-soledad; quiero ver la luz, subo ahogándome las nefastas escaleras, quiero ver los rostros no me importa que sean rostros faltos de razón, faltos de alegría; lo que importa es que sean rostros de seres humanos, como el mío y el de ustedes. 

Por fin salgo del infierno, me lanzó a la calle de penumbra amarillenta, caminó por las calles de Armenia, respiro: a quién se le habrá ocurrido este invento tan 
infernal, no es un lugar para seres humanos. Llegó a Punto Rojo y encargo un caldo de gallina, estoy probándolo y llegan mis amigos. 

_ ¿qué le pasó hermano? Me pregunta Lucas, un poco apenado. 
_la realidad es una porquería, le grito. 

Se sientan a mi lado, la negra está triste; la miro con ternura. Van por lo que se quieren comer: hablamos un rato y les voy señalando la miseria de la ciudad, la mujer de rojo me mira de hito en hito como soñando, en una ciudad de tal orden no hay materiales para construir personajes, la gente se ha debilitado tanto, es tanta la pobreza humana que el poeta ha inventado todo, sacarlo todo de sí mismo.

Por eso hui de ese antro, hombres y mujeres en plenas facultades no pueden estar ahí, esos sitios son de la podredumbre y del sin-sentido: el perfume de la realidad, el que he oído y soportado hoy, es el mismo perfume que usa mi vecina linda, he visto alzar el sobaco, el codo, la risa, la crema dental, el olvido y la muerte, para untarse el conocido perfume; Lucas me miró atónito y preguntó:  

_ ¿acaso soy un hombre de perfume?  
_ claro que sí, respondo sin pensar. Tú Lucas amas esta porquería.  

La negra mira al poeta y la mujer de rojo también observa: el poeta prende un cigarrillo, lo pone en sus labios, se frota las manos y aparecen Apolo-DionisioAladino y la lámpara; no hay escapatoria posible, el hombre es el perfume.  
 
                                                                                                                                                     Gustavo Rubio (1989) 

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