Ellos son los ganadores de nuestro concurso. También hubo una mención de honor.
Un ingeniero mecánico de la U. de A. resultó como el gran ganador de la VIII versión de nuestro concurso ‘Echame un cuento’ y con ello se embolsilló un bono de 5 millones de pesos del centro comercial Santafé, patrocinador del evento. El segundo y el tercer lugar se llevaron premios de 2,5 y 1,5 millones en bonos.
No deje de leer: ¿Va a salir a celebrar Halloween? Estás son las medidas y recomendaciones de las autoridades
Los escritores Juan Diego Mejía y Valeria Mira, así como el gestor cultural Juan David Vélez fueron los jurados del concurso ‘Echame un cuento’.
Boris es un inútil, gracias a eso presume sonriente de la libertad que poseen los buenos para nada. Vive libre del yugo de una mujer, de un jefe y de la necesidad de relacionarse con la gente. Sale en las noches sin decir a donde y regresa en la madrugada como si fuera el dueño de la casa para que mi esposa le acaricie la espalda sin necesidad de dar explicaciones o expresar agradecimiento.
Boris es libre porque no ambiciona nada ni tiene la obligación de ser alguien en la vida, sabe que tiene techo y comida vitalicia, y eso le basta para llevar esa horrible sonrisa grabada en el rostro. Cuando salgo a trabajar me mira de reojo mientras se arrellana perezosamente en mi sofá, alegre de saber que puede quedarse a descansar mientras yo tengo que salir a partirme el lomo para comprar un bulto de Cat Chow para llenarle la panza y otro de Jonny Cat para enterrar su porquerías. Con solo cuatro años Boris tiene la libertad con la que sueña cualquier hombre de familia asalariado antes de jubilarse.
Jaime Hernán Cortés Torres
De 47 años, es ingeniero mecánico de la Universidad de Antioquia. Vive en Bello. Escribe ‘en serio’ desde hace 4 años. Este cuento está inspirado en un suceso en la familia de su esposa. Publicará su primera novela en noviembre.
Aunque no faltó quien me acusara de vividor, hace unos años intenté seguir su ejemplo. Renuncié al trabajo y me entregué a la buena vida como cualquier gato de apartamento, caminando por el mundo sin la obligación de amar a nadie, exigiendo mimos y mirando con recelo a todo el mundo como si lo mereciera todo sin haber hecho nada para ganármelo. Durante algún tiempo olvidé mis obligaciones sintiéndome libre por primera vez, incluso me atreví a salir en las noches sin hora de llegada.
Lastimosamente ese estilo de vida fue pasajero, Eli acabó por empacar maletas y largarse con Boris a la casa de mi suegra porque no estaba dispuesta a mantener a un vago. A veces pienso que fue Boris quien se llevó a mi mujer y no al revés, fue él quien me dejó sin amor y sin comida, demostrándome que además de existir una gran diferencia evolutiva entre nuestras especies, nuestro apartamento era muy pequeño para dos gatos.
También le puede interesar: ¡Qué nivel! ChocQuibTown hizo la banda sonora de la nueva película del Joe Arroyo
Sin quien me mantuviera tuve que volver a la oficina y humillarme con la firma de una suerte de tratado de Versalles en el que Eli me daba la oportunidad de regresar a la vida anodina que había tenido con ella. Desde entonces Boris me mira con desprecio, sabe que los mantenidos como él están en la cúspide de la cadena alimenticia. Para recordarme quien manda, se acuesta con mi mujer, se come mi salmón y como si disfrutara torturarme mira el canal de telenovelas mexicanas todo el día.
A veces, antes de salir por la ventana, me mira y sonríe al verme lavando platos como un condenado a cadena perpetua que ha firmado su propia sentencia. En ese momento pienso en lo fácil que resultaría instalar una malla en la ventana para borrarle la sonrisa descarada de una vez por todas, pero nunca lo hago porque su libertad será siempre mi mayor anhelo.
Un día, fijando pernos, el aguilón se quebró, cayeron las cargas y quedamos atrapados el viejo y yo en la mina de carbón. El aire se enrareció y respiramos la tolvanera. Sufrí un espasmo doloroso en el estómago.
Avelino ya estaba curtido en vetas, no se asustó. A mí el corazón me saltaba.
— Mientras no huela a gas, dijo.
Cubiertos de hollín, caminamos en dirección al derrumbe, cargando el agua. La sirena se filtraba en silbos solitarios. La salida no se había taponado por completo. Llegamos a la obstrucción. Había quedado un pequeño boquete. Alumbramos con la linterna. La mina, cuesta arriba, parecía una tumba.
— Uno de los dos tendrá una oportunidad… -dijo Avelino.
— Vaya usted, viejo.
— ¡Eso sí es mentiras! Ya crié a mi familia, estoy más cerca del cajón que usted.
— Si usted sale, viejo, yo me muero tranquilo.
— Salga, pelao, no pierda tiempo, sea libre, le queda mucho por hacer…
— Entonces nos morimos o nos salvamos juntos. ¡He peleado con hombres, pero no pensé que tendría que dar esta pelea…!
— Es usted un estúpido, ¡yo ya viví…!
— Su experiencia tiene más valor que esta juventud que yo llevo…
El viejo hizo un gesto de contrariedad. La sirena me causó un dolor de cabeza tarareando eso que ya no quería escuchar… Se escucharon fantasmales voces, al lado del mundo desesperado: “Lo primero es pasar manguera que ventile. Después taquear. ¡Corran por madera!”.
Carlos Mario Velásquez González
Conductor, de 55 años, vive en Itagüí. Llegó a la escritura por el gusto de leer libros clásicos. Su cuento está originado en el municipio de Amagá y es un homenaje a la angustia minera.
Tomamos de la misma botella de agua, la sentimos agotarse. Estábamos tranquilamente atrapados, sentados sobre peñones.
— Dentro de un mes pensaba retirarme, pelao…
— Yo hace un mes que entré a la mina… buscando la muerte.
— Somos dos puntas de una desgracia. Le di la oportunidad de salir, pelao…
— No me interesa…
— Debe tener el alma rota para pensar así.
— Sí, ella, su muerte, el bebé que esperábamos… quiero ser ese polvo del que habla el evangelio; en cambio… su familia debe estar afuera… esperándolo.
El ripio tapó el único orificio de salida La luz de la linterna se agotó despacito. Nuestras voces musitaban. Los ruidos externos disminuyeron. Se escuchaban ciegos golpes a la tierra, a las paredes. A veces desesperados, sin coordinación. Cada vez fue más difícil respirar.
— Nos llegó la pelona, pelao…
— No me importa.
— ¿Sabe rezar, pelao?
— Si, pero no quiero. Hágale usted… viejo.
Avelino se arrodilló, buscó en la tremenda oscuridad con sus dedos un Cristo que colgaba en su pecho.
— Señor, ya estoy viejo, ya quiero irme a descansar… Dame señor el descanso eterno… pero a este joven, Sálvale, que recupere el sentido de la existencia; se ve que ama con las entrañas, es puro sentimiento; deja que camine por el sendero de la vida… no tiene sentido que termine aquí a sus años mozos… ¡te lo ruego Señor!
Un ejército de hombres en cadena removió el muro de peña y abrió un boquete más grande.
Las voces se escucharon, un chorro de aire penetró fuerte por un tubo cuando casi perdía la consciencia…
Alguien de afuera gritó:
— ¡Dios mío, están vivos!
Se levantó de golpe, sintiéndose algo asustada, seguramente por algo que soñó y que ahora no recuerda, pensó. Esta situación se presentaba cada vez más seguido, tener la extraña sensación que algo malo pasa, pero no saber muy bien qué es. Movió su cabeza para ambos lados como una forma de borrarlo, prefería no pensar en eso para que nada ensombreciera su bienestar.
Recorrió rápidamente todas las habitaciones con piso de arena y paredes de bahareque, buscando a su madre que seguramente estaba en las labores de la casa, haciendo rendir lo poco que conseguía el padre en el campo para alimentarla a ella y sus cuatro hermanos. No se equivocó, la encontró en la cocina que estaba afuera de la casa. Mientras se dirigía hacia ella pudo observar el cielo con algunas estrellas y nubes que presagiaban lluvia. Notó que no estaba amarrado en el patio el caballo de la casa, en el que ella tanto amaba salir a recorrer el camino entre los caseríos.
Entró y la abrazó. Iba a preguntarle por el caballo, pero lo olvidó. Aunque su madre no era una mujer especialmente cariñosa, ella sentía que le gustaba su abrazo y su compañía. El fogón de leña estaba comenzando a arder y se dispuso a ayudarla pelando plátanos, machacándolos para hacer patacones, poniendo el agua en el fogón para cocinar las papas. Estaba feliz, la sensación de oscuridad había pasado y ya no había ningún motivo para temer.
Fue llevando los platos al comedor, que realmente era un tablón largo que su padre había adaptado como mesa, y funcionaba muy bien como tal. Su padre era habilidoso para disimular las carencias, su sola presencia hacía sentir a la familia que todo estaba bien, que de una manera u otra saldrían adelante. Ella les sirvió a sus hermanos y al papá.
Claudia Patricia Montoya Guerra
Antropóloga de la U. de A., vive en el barrio López de Mesa. Su cuento está inspirado en el género de terror, que lee y le gusta mucho. Es trabajadora independiente. Este premio, dice ella, es un impulso para seguir escribiendo.
Algo pasaba, no había bromas a la hora de comer como era la costumbre, y su padre no tenía el buen ánimo que lo caracterizaba; su madre también estaba taciturna, con un velo de tristeza en su mirada, ¿sería acaso por los tiempos de escasez? Se preguntó. Pero no era la primera vez que los campos no producían lo que se esperaba, y siempre lo habían sorteado bien, así que no entendía qué pasaba esta vez. Notó también que su madre no estaba cuidando las matas que amaba tanto, le tocaría a ella estar pendiente para que no fueran a morir por la falta de agua.
Echo una ojeada a su cuarto y la sensación de desgracia y temor que la invadía volvió de nuevo, ahí estaba ella, su cuerpo seguía inmóvil en la cama, inmóvil, pero con los ojos abiertos, aterrorizada. Tendría que esperar de nuevo por el sueño liberador.
Lleva días chateando con la chica que le gusta. Hoy le ha mandado un gif con rosas. Ayer su emoji con ojos de enamorado. Su vida digital está que arde. Se ha enamorado. Lleva más de un mes cortejándola diariamente. Ella ha sido amable y ni siquiera se le ha pasado por su cabeza el pensamiento de: así debe ser con todas.
Él por fin la ha convencido para que se conozcan personalmente. No le gusta dejar nada al azar. Sabe muy bien que si quieres algo tienes que salir al mundo a buscarlo. Go for it!, se dice. Han quedado de verse el próximo fin de semana. Solo faltan 7 días para que puedan conocerse personalmente. La semana se hace lenta por la espera.
Un día después del trabajo ella decide ir a uno de sus cafés favoritos en la ciudad. Se sorprende al darse cuenta que la vida ha planeado un encuentro al azar con él.
Se acerca decidida a presentarse, entre emocionada y nerviosa. Está cerca, muy cerca, pero él no levanta la cabeza de su celular. Se extraña. Se acerca más, y decide inclinarse sobre él para darle un beso en la mejilla. Se agacha y pum!
Rebota. Se inclina de nuevo. Rebota! Empieza a caminar alrededor de él mientras va palpando con sus manos una extraña fuerza gravitacional que le impide acercarse. Como una burbuja.
Él sigue absorto subiendo los 15 estados que sube a diario. Hoy ha recibido más likes de lo normal. Su dopamina está por las nubes. Es mirado y admirado. Desde que empezó a sentirse solo de manera crónica su interacción en las redes sociales se ha intensificado. Solo le hace falta ella. Ella para completar su mundo.
Astrid Helena García Gómez
Comunicadora social-periodista de la U. de A. Vive en el barrio Buenos Aires. Toda su vida ha sido muy lectora. Para escribir este cuento se inspiró mientras se tomaba un café. Le gusta la lectura de ficción.
Ella sigue intrigada ante el fenómeno que se está presentando. Hace uso de sus sentidos para percibirlo. Lo huele, le gusta esa mezcla entre astringente y tabaco.
Le gusta como luce. Lo llama por su nombre en voz alta. No responde. Ni se ha percatado. Decide escribirle. Escucha el sonido de un mensaje entrante. Ve que él sonríe. Le ha escrito: Aquí estoy. Él está feliz de haber recibido un mensaje de ella. Y saber que solo faltan 3 días para verla…
Lea también: Listos para las semifinales de la Liga BetPlay
Ella se va de bruces contra la burbuja…y rebota! Empieza a entender. No van a poder converger en este mundo. Ella pertenece a la corporeidad. Él a la virtualidad. Tiene sus sentidos embotados.
Se ha acostumbrado a tomar la foto antes que a observar la puesta del sol. Ha dejado que la comida se enfríe buscando el encuadre perfecto. Tiene muchos recuerdos de sus viajes en fotos, pero ha olvidado el sabor del mar, el calor del sol sobre su cuerpo y la luz de las estrellas en la noche. No ha valido la pena observarlas, pues las estrellas nunca salen bien en las fotos.
Ella ha comprendido que pertenecen a mundos diferentes. No podrán coincidir. Él dará el próximo clic, y se enamorará de nuevo.
La actitud sospechosa del hombre alertó a la comunidad lo que logró que las autoridades… Leer más
El próximo 7 de diciembre, Comfenalco Quindío encenderá el espíritu navideño con la inauguración de… Leer más
En 2024, un total de 365 micro, pequeñas y medianas empresas (Mipymes) del Quindío fueron… Leer más
Su reflexión en el día de su graduación se ha convertido en un llamado a… Leer más
En el Centro de Convenciones de Armenia se realizó una formación en control químico de… Leer más